—Mi perro se llama Quieto —dice Mario—, pero creo que le
cambiaré el nombre.
—¿Y eso por qué? —le pregunta un amigo.
—Porque cuando le digo: «Ven aquí, Quieto», ¡el pobre nunca sabe
lo que tiene que hacer!
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—Mi perro se llama Quieto —dice Mario—, pero creo que le
cambiaré el nombre.
—¿Y eso por qué? —le pregunta un amigo.
—Porque cuando le digo: «Ven aquí, Quieto», ¡el pobre nunca sabe
lo que tiene que hacer!