Un vendedor de aspiradoras llega a un pueblecito perdido en medio
de las montañas. Llama a la primera casa del pueblo, y apenas abre
la puerta el musculoso propietario, sin mediar palabra, esparce un
saco entero de serrín por el suelo.
—¡Si mi aspiradora no aspira todo este serrín en tres minutos —
exclama el vendedor—, yo lo recogeré del suelo con la lengua!
—Pues espero que lleve consigo un buen digestivo —le dice el
montañés, sonriendo y tensando los músculos.
—Entonces ¿no tiene confianza en este maravilloso
electrodoméstico?
—¡Lo que no tengo es electricidad!
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