Llega el enamorado a la casa de la novia. La madre, de costumbres tradicionales, tejía en la sala de su casa. En su habitación, la enamorada terminaba de prepararse. Azucena era una perrita juguetona que le encantaba jugar debajo de una silla mecedora, precisamente la elegida por el enamorado para sentarse a esperar a la joven. El joven había comido cosas que le tenían la barriga llena de gases. Sin darse cuenta, uno de los gasesitos (muy maloliente) le traicionó y salió de su cuerpo inadvertidamente. La señora al percibir el hedor exclama:
“¡Azucena!”
Ante la situación, el joven piensa:
“¡Qué bueno que la señora cree que fue la perrita!” Y aprovecha para soltar otro gas.
La señora repite ¡Azucena! por segunda, tercera, cuarta y hasta una quinta vez.
Sonriendo, el enamorado le dice a la señora:
“No se preocupe, señora, los perritos son almas inocentes. Déjela jugar debajo de la silla, no hay problema conmigo”.
“¡Ay, señor, si la dejo ahí usted me la va a matar a peos!”, responde angustiada la señora.
Comentarios (3)
Me he reído muchísimo con este chiste, de verdad. No puedo dejar de sonreír, qué bueno. Me ha cambiado el ánimo para bien, gracias. ¡Más de estos, por favor! Me alegran el día.
Me he reído muchísimo con este chiste, de verdad. Muy ingenioso y bien escrito, ¡enhorabuena! Deberían hacer una serie solo con chistes como este. Lo guardo para contarlo en la próxima reunión, verás qué risas.
Qué chispa tiene este chiste, me partí de risa. No puedo dejar de sonreír, qué bueno. El juego de palabras está finísimo, me ha sorprendido. ¡Más de estos, por favor! Me alegran el día.