Una tarde lluviosa dos amigos deciden quedarse en casa a ver una
carrera de caballos por la tele. Al cabo de un rato, uno de ellos
propone:
—¿Por qué no jugamos a adivinar qué caballo ganará la carrera?
—De acuerdo.
—Pues yo digo que el caballo blanco llegará el primero.
—Yo, en cambio, digo que ganará el caballo negro. Acaba la carrera
y gana el blanco.
—¡Lo he adivinado! —exclama el primero.
Al cabo de un rato, el amigo ganador, acosado por los
remordimientos, le dice al otro:
—He de confesarte algo. La carrera que hemos visto por la tele era
en diferido y yo ya la vi ayer, por eso sabía que ganaría el caballo
blanco.
—Qué casualidad —replica el perdedor—, yo también vi la misma
carrera ayer… ¡Pero estaba convencido de que hoy el caballo negro
sería más veloz!