Cosecha de callampas

Todas las mañanas, una inocente y agraciada religiosa recogía setas
cultivadas en el huerto del convento. Cierto día, un tío decidió
jugarle una buena broma a la monja.
Temprano al día siguiente y conociendo la rutina de la hermana, se
apresuró en desvestirse y enterrarse de espalda en el huerto, dejando,
eso si, su pene fuera de la tierra y en apariencia semejante a las
callampas que allí crecían. Lamentablemente, ese día nuestra
protagonista se encontraba enferma, por lo que fue reemplazada por la
más fornida y corpulenta de las religiosas, quien comenzó la cosecha
diciendo:
“¡Una callampa, otra callampa, otra callampa!
Al llegar a la ‘diferente’ dice:
“¡Una calla…!”
“¡Una callam… uf!”
“¡Una callampa y dos papas!

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